Hacia una nueva normalidad: ciudades sosegadas, creativas y ecológicas
Durante los últimos dos meses hemos tenido tiempo de asomarnos a las ventanas y a darnos cuenta de cómo se veían, se olían y se oían nuestras calles. Atravesadas por la incertidumbre y el miedo, hemos sido testigo de cómo durante este tiempo excepcional nuestro entorno se ha transformado.
Hemos descubierto que tenemos un balcón en casa y que tenemos vecinas y vecinos. Pero sobre todo, nos hemos dado cuenta de lo mucho que necesitamos el contacto humano y de lo frágiles e interconectadas que estamos.
Por eso no debemos dejar de reivindicar que el espacio público, el de todas las personas, debe ser ante todo un espacio para la vida. Durante demasiado tiempo hemos dejado que la ciudad se centrara en la producción y el transporte, primando la velocidad y comodidad de unos pocos frente a la salud y bienestar de la mayoría. Las calles no invitan a ser disfrutadas porque no son acogedoras ni atractivas. Y esto es porque quienes las han diseñado han olvidado la importancia de cuidar la salud de las personas y de la naturaleza. La prueba es que la mayor parte del espacio urbano está reservado a los coches y su aparcamiento mientras quienes caminan lo hacen arrinconadas. Esto se ha hecho muy patente cuando hemos vuelto a salir a las calles tras el confinamiento y visto que no tenemos suficiente espacio para pasear y hacer deporte. La ciudad, hostil, ha ido expulsándonos de las calles y la ciudadanía ha ido paulatinamente encerrándose en sus casas, privatizando y simplificando las redes relacionales y los espacios de convivencia.
Pero no todo es cuestión de espacio, el coche, ese vehículo que centraliza el diseño del urbanismo de las ciudades, es también causante de la contaminación que nos enferma poco a poco y causa la muerte precoz de miles de personas al año en España (10.000 muertes al año en España, cifra que supera a la mortalidad por accidentes de tráfico, que alcanza los 1.700 fallecimientos anuales, según datos de la Sociedad Española de Neumología y Cirugía Torácica). Los pulmones sufren la contaminación sin importar la nacionalidad o clase social que se tenga, aunque cabe destacar que los colectivos vulnerabilizados tienen tasas de exposición a la contaminación más altas y menos acceso a infraestructuras verdes. Por lo tanto, si nuestra intención es construir ciudades en las que vivir y sobre todo, vivir bien, deberíamos priorizar aquello que nos aporta calidad de vida. Y esto supone planear los espacios verdes, parques para jugar, relacionarnos y lugares donde andar e ir en bicicleta de manera estratégica en la escala ciudad y contando con la participación activa de todos los colectivos sociales.
Ahora tenemos una oportunidad para corregir lo que nos ha llevado a sufrir una pandemia con efectos más devastadores en las zonas más contaminadas. Nos asomamos a varios escenarios:
1.- Que al dejar de sentir la amenaza, se dé una vuelta a la anterior normalidad, en la que en el reparto del espacio público siga predominando los vehículos contaminantes y la circulación agresiva.
2.- Que cambie a peor porque aumente considerablemente el uso del coche y con ello los índices de contaminación y porque se normalicen actitudes que se han instalado durante el confinamiento como la policía de balcón o el aislamiento social.
3.- Que aprovechemos para incorporar a la nueva normalidad una forma de vida más sosegada, creativa, ecológica y más centrada en la sostenibilidad de la vida.
Es el momento de plantearnos qué novedades se han instalado durante el estado de alarma y cuáles queremos o necesitamos que lo hagan de manera permanente en nuestras vidas. La equidad en el reparto del espacio público es una de ellas, de manera que se garantice el derecho a la ciudad a toda la población. Y la salida verde a la crisis otra, en la cual la bicicleta tiene un papel protagonista.